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La infidelidad despierta mi lujuria

Mi vida conyugal era como la de la mayoría de mujeres de 40 años y con la mitad de ellos casada. Sentimentalmente todo funcionaba bien. Nuestra relación, salvando los normales altibajos, se podía calificar de excelente. Pero en los últimos meses, el tedio y la monotonía se habían instalado en nuestra cama. Eso comenzó a suscitar diferencias entre mi marido y yo. Incluso un cierto distanciamiento. Cada vez lo hacíamos con menos frecuencia. Y cada vez éramos mucho más previsibles. Era como si nos faltase la salsa, la chispa. Intentamos jugar. Intentamos variar. Pero no supimos...

El azar quiso que llegase ese fin de semana. El Carnaval era una fiesta que en mi trabajo se tomaban muy en serio. Casi todo el personal acudía a la fiesta, y cada departamento se disfrazaba de un tema. Era invierno y hacía frío, pero enseñar carne siempre nos da calor interno. En mi departamento todo son mujeres, así que me reuní con mis amigas para cenar y salir a bailar toda la noche. Pero dos acontecimientos en las vidas de dos de mis amigas cambió la noche. Laura acababa de separarse hacía un par de semanas. Por lo que no tenía muchas ganas de fiesta. Y Silvia nos anunció que llevaba dos meses con su matrimonio suspendido. Convivía con su marido en la misma casa. Pero se estaban tomando un descanso para meditar si separarse o seguir juntos. Esto, ni que decir tiene, marcó completamente la cena. No había ambiente de juerga. Exclusivamente las lamentaciones de Laura y su humor agriado. Junto con las meditaciones negativas de Silvia sobre la vida en común. Un buen caldo de cultivo para marcharme en cuanto pudiese. Porque si sales a divertirte, lo que menos te apetece es escuchar lamentos.

Por suerte o desgracia, el mal momento de nuestras dos amigas hizo que la cerveza y las copas corrieran demasiado. Yo no bebí en exceso. Pero sí me di cuenta que estaba mareada y muy animada. Lo cual jugaba en mi contra. Pues tenía muchas ganas de juerga; pero algunas de mis amigas todo lo contrario.

Un poco para dejar de escuchar lamentos me puse a bailar en la pista. Mis compañeras se habían quedado en un rincón en una mesa con dos taburetes libres y se habían apropiado de ellos, sin ningún ánimo de abandonarlos en toda la noche. Seguían hablando de los problemas matrimoniales. Seguían martirizando la noche. Por lo que decidí bailar un poco más, apurar mi copa, ir al servicio y llamar a un taxi para marcharme a casa. A fin de cuentas estaba muy animada y seguramente eso lo podría saborear bien mi marido.

Cuando salí del servicio me di de bruces con Jaime. Jaime había sido compañero mío cuando entré a trabajar allí durante unos meses; pero hacía ya un año que no nos veiamos. Me alegré mucho al verle. Porque me caía muy bien. Era divertido. Era audaz. Era cinco años más joven que yo. Y aunque no era excesivamente guapo; resultaba muy atractivo. Porque era la típica persona que sabía ser el animador de cualquier fiesta. Además Jaime siempre había tenido para mí bonitos piropos. Incluso en alguna ocasión me invitó a tomar algo o comer juntos. Propuestas que yo siempre decliné.

Después de la sorpresa inicial y los dos besos de amigos a modo de saludo que nos dimos, en pocos minutos nos pusimos al día sobre nuestras vidas. Y al pasar a la noche presente, nos dimos cuenta que ninguno de los dos estábamos pasando la mejor noche de nuestras vidas. La mía ya la conocéis. Y la de Jaime, había acudido con dos amigos a los que había perdido en algún momento y andaba buscando por el local.

Bailamos un poco. No mucho, la verdad. Así fue como acepté al fin una de sus invitaciones y nos fuimos a un local muy cercano a tomar algo los dos solos. Y disfrutamos de una copa riendo y charlando. Cuando intenté devolverle la invitación, Jaime la aceptó gustoso. Aunque me preguntó si mejor no la tomábamos en otro local.

Al salir a la calle no encontramos ninguno de nuestro agrado. Por lo que decidimos cambiar de zona. Jaime tenía cerca su coche. Fuimos al solar en que había aparcado junto a cientos de coches. Era un lugar oscuro. Nos montamos en el coche. Y no sé qué sucedió.

Estoy convencida que el alcohol tuvo toda la culpa. O al menos, gran parte de ella.
Todo sucedió muy deprisa. Jaime, sin poner en marcha el coche, se acercó a mí y me besó. Me aparté como pude. Me quedé sorprendida, sin saber qué hacer. Pero él insistió en besarme. En esta ocasión mi resistencia fue menor. Y en pocos segundos su lengua jugaba en mi boca con la mía y sus manos recorrían el interior de mis muslos, subiendo mi vestido, hasta alcanzar la fina tela de mi tanga y llegar a acariciar mi sexo.

Tuve un momento de lucidez en que aparté su mano. Él puso en marcha el coche. Pero se volvió a girar. Volvió a besarme. Su beso comenzó directamente a ser muy apasionado, rozando la lujuria. Y mi cuerpo reaccionó. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo. Apagó nuevamente el coche. Y lo hicimos allí mismo. Fue incómodo. Casi infantil. Sin llegar a desnudarnos. Simplemente desabrochando o apartando las ropas que se ponían en nuestro camino. Pero en algo me resultó fantástico. Había sido algo nuevo, diferente, fresco y para nada cotidiano. Morboso era la palabra correcta.

Había sido, ¿cómo decirlo? Un polvete rápido. No más de 15 minutos. Pero me había encantado. Y mientras Jaime conducía, sin dejar de mirarme y sonreír de modo cómplice, me iba acariciando de vez en cuando el interior de los muslos y subiendo el vestido lo suficiente como para poder ver mi tanga amarillo.

No sé si era lo que pretendía; pero consiguió volver a calentarme. Al hacérselo saber cambió de rumbo y fuimos a su casa. No llegamos a su habitación. En la misma entrada me quitó el vestido, me desabrochó el sujetador y apartó el tanga. Y contra la pared me penetró, lamiendo y besando mi cuello y labios mientras me sobaba las tetas. De allí pasamos al salón. Lo hicimos sobre el sofá. Tampoco tardamos excesivamente. Pero en esta ocasión fue mucho mejor que en el coche. Así fue cómo sin otra copa, me duché y decidí irme a mi casa. Por el camino iba aturdida. Con una sonrisa que se dibujaba en mis labios pero con la conciencia de haber engañado a mi marido.

Todo había sucedido tan deprisa que era algo temprano, comparado con otras fiestas de otros años. A penas eran las cuatro y media. Al entrar con el coche en el parking empecé a ponerme muy nerviosa. Se me había pasado el mareo de las copas. Y tomaba conciencia de lo que acababa de hacer. Sólo esperaba mostrarme lo suficientemente normal y fría con la situación para que mi marido no se diera cuenta. Por suerte le pillaría todavía dormido profundamente y si era lo suficientemente silenciosa ni se daría cuenta que me metía en la cama.

Me desnudé en el baño. Y recordé que mi pijama estaba bajo la almohada. Pasé a la habitación de puntillas y a oscuras. Pero percibí que mi marido dormía en la parte de la cama en que estaba mi pijama. Por lo que me metí en la cama como iba: sólo con el tanga amarillo. No intenté acercarme a mi marido. Pero en cuanto me había acomodado, él se dio la vuelta y me rodeó con un brazo, al tiempo que decía:

-¡Qué pronto has venido! ¿No te lo has pasando bien?
-No mucho la verdad, ya te lo contaré mañana.

Mi corazón latía acelerado. Temía que mi marido lo notase.
-¡Qué raro! -exclamó él mientras me besaba en el hombro.

Me asusté de verdad. Pero contesté con mi silencio.

-¿Ha pasado algo que deberías contarme? -preguntó con voz relajada, pero acusadora.
Parecía que mi corazón fuera a salir por la boca. Por mi cabeza rondaron mil hipótesis.

¿Qué sabría él? ¿Habría sucedido algo a mis amigas y le habrían llamado a él?

Mi silencio sólo hizo que una cascada de insinuaciones salieran por la boca de mi marido.

-¿Tienes algo que contarme? Yo creo que sí. Y tu silencio no hace más que confirmarlo. Además tu corazón te delata, estás muy acelerada. ¿Nerviosa?
¿Asustada por algo?

Tenía que echar valor y tomar la situación de frente. Debía ser lo suficientemente elocuente y resultar lo suficientemente veraz para despejar todo tipo de dudas. En ello me podría ir el matrimonio. Pero, ¿cómo hacerlo?

-Mira, cariño, es el momento para que me cuentes lo que haya pasado. -añadió él. -Sea lo que sea lo entenderé. Te aseguro que sería mucho peor una mentira que la cruda verdad.

Tenía que saber algo, estaba convencida. Pero, ¿cómo? ¿Cómo se había enterado desde casa y en tan poco tiempo?

-¿Qué piensas tú que ha pasado? -acerté a preguntar, al tiempo que me daba la vuelta y me ponía de frente a él.
-¿Francamente?
-Si, claro.
-No lo sé con exactitud. Sólo sé que algo distinto ha pasado esta noche.
-¿Algo distinto? -repetí, intentando mostrarme fría.

Y los razonamientos que mi marido me dio a continuación fueron tan evidentes, que yo misma saqué las conclusiones lógicas que cualquiera hubiera sacado en el lugar de mi marido. Me fue diciendo que normalmente, al salir con mis amigas, volvía oliendo mi pelo y mi ropa a tabaco (entonces se fumaba en los locales). Y aquella noche mi pelo no olía a tabaco. Que normalmente regresaba a casa de día o casi amaneciendo. Y que había vuelto poco más tarde de las cuatro. Que al meterme en la cama me acurrucaba en él, y entonces él podía oler un poco mi perfume. Que aquella noche no me había acurrucado, le había evitado. Pero que al acercarse a mí, había olido en mi piel un gel que nosotros no usábamos.

-Pareces un detective. -repuse yo, intentado ganar más tiempo para pensar. -¿Y a qué conclusión has llegado?
-Prefiero que me lo digas tú.

-¿Crees que te he sido infiel? ¿Piensas que he pasado la noche con otro? -me decidí a decir yo. Era mi órdago personal. Allí me lo jugaba todo.

-¿La verdad? -preguntó él acercandose más a mí, pegándose literalemente. -Creo que sí... Pero quiero que seas sincera conmigo. Te aseguro que sabré encajarlo. Sólo quiero la verdad.

Y de repente algo en mi vientre atrajo mi atención. Mi marido se había empalmado. No té su dureza contra mi ombligo directamente. Al pensar que le podía haber sido infiel, ¿se había excitado? Eso me confundió; aunque a la vez me había dado una posible vía de escape.

-¿Qué te está pasando? -dije divertida, al tiempo que metí una mano entre nosotros dos y comencé a acariciar su polla por encima de su ropa interior. -¿Te excita pensar que te haya podido ser infiel?

-Puede. -respondió él. -Sólo quiero saber la verdad. Quiero que me cuentes lo que has hecho. Que me cuentes lo que ha pasado.

Por el tacto de su polla me pareció que la tenía más gorda y dura de lo que últimamente me había ofrecido. Por lo que supuse que estaba muy excitado.

-¿Qué pasa, te excita pensar que haya podido estar con otro? ¿Te pone cachondo imaginar que he estado follando antes de venir a casa?

Al pronunciar estas palabras sentí palpitar con fuerza la verga de mi marido. La apretó contra la palma de mi mano y se la frotó soltando un leve gemido.

-Sí. -confirmó él, lanzándose a besarme apasionadamente por el cuello, al tiempo que me susurraba: -Desde hace tiempo, te imagino con otros hombres disfrutando, gimiendo y gozando del sexo. Pero al pensar hoy que podrías realmente haberme sido infiel, me he dado cuenta que es algo más que una fantasía. Por un momento me he muerto de celos; pero a la vez he sentido más excitación que en toda mi vida.

-Y si fuese verdad, ¿no te enfadarías? ¿Seguiría excitándote tanto?

-Dime que es cierto. Dime que has estado poníendome los cuernos. Dime que has estado toda la noche follando con otro. Que le has hecho una buena mamada. Dime que la tenía más grande que yo. Pero dime de una vez si es cierto o no. Dime la verdad.

Su voz sonaba lasciva, desgarradoramente sensual y fuera de sí. Aquel tono. Aquella confesión me excitó de tal manera que sentí que mi coño se empapaba subitamente, calando, literalemente mi tanga.

-Sí, cariño. -confesé al fin en un susurro junto a su oído. -Te he puesto los cuernos.

-¡Oh sí...! -gimió con satisfacción él, al tiempo que intruducía una de sus manos bajo mi tanga y frotaba acelerado mi coño empapado. -Me lo tienes que contar todo. Cuéntamelo con todos los detalles.

Y comencé a relatarle la noche desde el momento en que Jaime y yo nos encontramos.

Al poco, mi marido dejó de frotarme el coño, y con las piernas retiró la sábana que nos cubría. Se puso de rodillas a mi lado, pidiéndome que siguiera con mi relato. De un tirón arrancó rompiendo mi tanga. Lo que me llenó de pasión, de lujuria... Sin miramientos separó con sus manos mis muslos y metió su cabeza entre ellos. Me comenzó a lamer el coño como hacía mucho tiempo no lo hacía. Parecía que chupaba por notar algo nuevo en él. Era un maremoto de pasión. Yo seguía con mi relato. Mi voz ahogada por el placer... Mis caderas moviéndose al ritmo de su lengua. Sus dedos penetraban mi coño, su lengua aplastaba mi clítoris. Y una explosión de placer llenó mi cuerpo con un maravilloso y largo orgasmo. El tercero de aquella noche.

- ahhhhh, siiiii. El tercero de la noche, susurré !

Eso pareció que le encendiera todavía más, asi que me dijo que me pusiera a gatas y siguiera contándole todo. Desde detrás de mí me clavó su polla y comenzó a follarme como un loco. Entre gemido y gemido y grito de placer le intentaba narrar los acontecimientos. Él de vez en cuando me interrumpía con palabras o comentarios subidos de tono que nos iban poniendo cada vez más cachondos. Me preguntaba si Jaime la tenía grande. Si se había corrido en mi boca o en mi cuerpo. Ambos estábamos mucho más excitados de lo que yo podía recordar.

Así fue como empezó a llamarme "mi puta" . No sonaba insulto en su boca. Sino a apelativo lujurioso. Eso nos calentó aún más. Me decía que me iba a follar como lo putita que había demostrado ser.

Y me la sacó del coño y me la metió de un solo movimiento por detrás. Me hizo daño. Pues por el culo sólo me la había metido unas pocas ocasiones y siempre con mucha preparación. Pero estaba tan fuera de mí, tan abierta y excitada, que en pocos segundos el daño dejó paso a un nuevo placer. Me sentía llena, sucia, caliente, excitada como nunca. Una de sus manos frotaba diestramente mi clítoris, por lo que no tardé mucho en caer extasiada sobre la cama con un segundo e intensísimo orgasmo.

Mi marido se tumbó a mi lado y comenzamos entre ardientes besos a masturbarnos el uno al otro. Entre tanto, él me pidió que acabase con el relato de mis horas con Jaime. Unos minutos después, tras un nuevo orgasmo mío, mi marido me quitó la mano de su polla se arrodilló a mi lado y me llenó las tetas de su leche...

Ambos caímos rendidos en la cama. Abrazados. Yo con lágrimas en los ojos. Pidiendo perdón por lo que había hecho entre sollozos. Me había vuelto el arrepentimiento. Me marido me consoló dulcemente como a una niña con sus besos en las mejillas y en la frente. Me dio ánimos diciendo que no le importaba. Que me amaba. Que lo que realmente le importaba era mi amor por él. Y no que hubiera tenido una aventura sexual. Consiguió calmar mi arrepentimiento. Y se marchó al servicio.

Al volver yo había encendido la lámpara de la mesilla y pude contemplar que seguía empalmado. A modo de penitencia le dije:
-Sigues cachondo, ¿quieres que te baje eso?

Se encogió de hombros.
-¿Quieres que te haga una mamada como se la he hecho a Jaime? Expresé ya deshinibida con cara de morbosa.

Fue determinante, se tumbó en la cama. Me arrodillé entre sus piernas y comencé a hacerle una buena mamada, la mejor que supe. Y cuando intentó apartar mi boca de su polla, se lo impedí haciendo que se corriera dentro. Acto seguido, me acerqué a él y abriendo la boca le demostré que también me había tragado todo su semen.
-¿Eso has hecho con él? -me preguntó.,

-No. La única leche que yo me trago es la tuya, la de mi cornudo.

Esas palabras parecieron la firma de la paz. Dormimos como dos bebes unas cuantas horas.

Al despertar, le recordé.

- La fiesta de la empresa es anual. ¿Tendré que esperar un año a salir?

- No. Sal cuando te apetezca. Yo te esperaré aqui. Te amo.