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El Jardinero Regador

El sábado acababa de empezar, pero mi mujer me volvió a echar en cara que un fin de semana que estábamos solos, ya que habíamos conseguido colocar a los niños, y yo había contratado a un jardinero. Hacía tiempo que no estábamos solos, y había perdido esa oportunidad que de vez en cuando las parejas necesitan.

Esta vez había contactado con el Jardinero por internet. Así que aquel sábado había quedado en recogerle en un lugar concreto. Me sorprendió al verlo, porque estaba acostumbrado a ver chicos de color en la zona haciendo labores de jardinero, pero éste era distinto.

Era joven, de aproximadamente 25 años. Alto, pero tenía clase. No era como otros anteriores. Se le veía muy bien cuidado, y me sorprendió que fuera vestido con ropa de calidad. Llevaba una bolsa, donde me indicó llevaba todo lo necesario para el trabajo.

Hacía 2 años que estaba aquí, y las cosas le iban bien. Era muy optimista, y tenía un buen parlamento.
Me explicó que era ingeniero industrial. Había trabajado en una petrolera en su pais. Ahora trabajaba en una empresa de tecnología, y los fines de semana en lo que podía como jardinero.

Me comentó que el 50% lo enviaba a su familia, y que gracias a ello, 8 personas podían vivir.

Di un rodeo para llegar a casa, y que no pudiera recordar donde se encontraba exactamente. Esto es una medida que acostumbro a hacer las primeras veces, por seguridad pero también porque hay muchos de estos hombres  que se vuelven pesados, y cada semana te están reclamando trabajo. Ojalá pudieramos tener cada semana gente trabajando, pero no es así. La crisis nos había obligado a hacer casi todo por nosotros mismos, pero de vez en cuando, cuando nos lo podíamos permitir, contratábamos a alguno para hacer las tareas más duras.

Cuando llegamos mi mujer estaba en el jardin. Le presenté a Abel.

Me fijé que ella quedó un poco perpleja de lo musculoso que era el chico. Le indiqué que le enseñara donde estaba el vestuario para cambiarse de ropa. Ella le acompañó. Abel le preguntó si podría ducharse al acabar, y ella le indicó que si. Teníamos un vestuario completo que habiamos restaurado y Abel podía tener toda su intimidad. Abel le preguntó si podría tener agua para beber. Ella le respondió que ahora mismo se la llevaría.

Estaba yo en la cocina preparando un cocido para la comida, cuando entró ella. Me dijo que le iba a llevar agua.



Mi mujer vestía con unos leggins de deporte y una camiseta de tirantes. No llevaba sujetador porque normalmente no usa en casa, y porque dicho de paso, tiene unos pechos preciosos que no necesitan de sujetador para mostrar su plenitud.

Me fijé que los pezones se le marcaban mucho, pero no le dije nada porque sabiendo como es, se hubiera ruborizado y tapado. NO hace ningún daño. A mi me excita, y si Abel  se fijara en ellos, dudo que no le gustaran.

Mi amada regresó al cabo de un minuto, con los pezones todavía más marcados como pitones. Eso me daba a entender que de alguna manera se había excitado. Me dijo que debía llevarle una toalla para la ducha, pero que iba a esperar un rato, porque se estaba cambiando. Me dedicó una mirada perversa. Yo imaginé que le había pillado cambiándose y por eso se había alterado. No sabía que había visto exactamente, pero había vuelto muy rápida.

Seguimos con nuestra jornada diaria. Abel estaba en el jardin sacando todas las hierbas. Mi mujer planchando con música a todo volumen y cantando y yo en la cocina con los ojos en la cazuela, pero con la mente en otro lado. Tenía una erección sólo de pensar en mi mujer y el cuerpo de Abel cerca.

La mañana pasó muy rápida. Había llegado la hora que habiamos acordado como final. Mi mujer se exclamó haciendo hincapié que le iba a llevar la toalla, mientras me daba un beso y me guiñaba un ojo. Ella es muy pícara cuando quiere serlo. Y me di cuenta que ese día lo estaba.
Me dijo que me preparara para llevarle de vuelta a su casa, asi que yo me fuí a vestir.

Me extrañó que se había cambiado de ropa. Se había puesto una blusa y esta vez sujetador. Pero tampoco le di mucha importancia.

Había pasado media hora y yo estaba vestido, sentado en el sofá esperando a Abel para acompañarlo a la ciudad. Desde luego me extrañaba el rato largo que no estaban pero lejos de preocuparme, estaba excitadísimo, porque sabía que cualquier cosa podría estar sucediendo.

Oí a mi mujer entrar en casa mientras me decía que Abel estaba preparado para irse. Yo estaba sentado en el sofá. Se me acercó muy lentamente y otra vez con esa cara pícara. Me dijo con voz sensual y lentamente, que no tardara en regresar porque tenía ganas de mi, y que me tenía que contar una cosa.

Mi reacción ya imaginais cual fué. Una erección como una casa.

A medida se acercaba muy lentamente, la visión de me hizo más clara. Ella andaba muy lenta para poder estudiar mi reacción. Cuando llegó frente a mi, y vi la imagen, hicimos un silencio de segundos. Yo no sabía que decir. Aquello que tanto ansiaba era real.

Ella rompió el silencio de una manera directa:

- ¿Me los quieres chupar? Me dijo en voz sugerente.


No pude resistirme. Aparté la blusa y me enganché a ellos. Sus pezones estaban más duros que lo habitual. Su sabor era una extraña mezcla de matices. Pero la excitación del momento no me planteaba otra cosa que no fuera succionarlos allí sentado delante de mi Diosa. Aquella sería mi droga de ahora en adelante.

Mientras lo hacía, me dijo cogiéndome la cabeza:

- No tardes amor, que tengo que contarte lo hermosa, grande, suave y caliente  que era la verga de Abel. No ha podido resistirse a correrse en mis pechos. Luego te cuento todo. Ves a llevarle a la ciudad.

- Ah, y que no noté que tienes una erección, Cornudo mio. Si no sabe que te gusta, mejor.
Por cierto, págale. Así, aún tendrás más la sensación de ser mi Sumiso.

- ¿Era esto lo que querias amor? Pues yo si. Prepárate a partir de ahora.

Ha nacido una nueva mujer.

- Y si te das prisa, todavía podemos recuperar medio sábado. Te espero en la cama.